miércoles, 17 de noviembre de 2010

Agentes Culturales, Doris Sommer




See more Audio at TeacherTube.com.





Preocupada porque sus alumnos del doctorado de literatura de la Universidad de Harvard (E.U.) se pasaban a otras carreras, la profesora Doris Sommer, directora del programa de Agentes Culturales de esta institución, comenzó a analizar las causas de esta deserción.
“Como maestra, vi que mis mejores estudiantes se iban del programa de doctorado a inscribirse en las escuelas de medicina, de derecho, de trabajo social, porque querían aportar algo al mundo; y a través de la literatura no sabían cómo hacerlo. Eso a mí me hundió en una crisis profesional ética”, explica. Fue así como Sommer llegó a familiarizarse con los agentes culturales, es decir, facilitadores de estrategias artísticas que ayudan a crear ciudadanos más conscientes y activos de su sociedad y de su entorno.
Al investigar el tema, la catedrática encontró una serie de proyectos sociales en América Latina en los que, a través de la cultura, se estaba logrando modificar el comportamiento de los ciudadanos.

Arte: terapia de liberación

De manera paradójica, la cultura, que históricamente había sido generadora de conflictos de fondo, se había convertido ahora en el medio ideal para solucionarlos. “La terapia depende, muchas veces, de la práctica artística, que hace del paciente un autor de su vida y su entorno. La misma posibilidad de darle la autonomía de poder redefinir su mundo ya lo saca de la represión”, explica Sommer, doctora en literatura comparada de Harvard.

Así, con el ánimo de hacer de las artes y las humanidades un aporte a la sociedad, y con las experiencias individuales de las que habían tenido noticia, empezó a tomar forma, en el año 2001, la iniciativa de crear el programa de Agentes Culturales en Harvard. Las experiencias encontradas mostraban la necesidad de sacar el humanismo de ese recinto académico defensivo, comenta Sommer. “Los humanistas muchas veces defienden el arte por el arte y no quieren ensuciarlo con consignas políticas, sociales o éticas; y olvidan los efectos que tiene el arte más allá del aula de clases”.

En este punto, la profesora resalta cómo el arte es capaz de poner al ser humano en contacto con cierta actividad imposible de concebir en otros ámbitos. Sommer destaca el efecto liberalizador que puede llegar a tener el arte en una sociedad en conflicto. En ese sentido, el arte se vuelve lo más cercano a un juicio libre. “Lo único que podemos hacer como sujetos libres –dice– es emitir juicios en torno de la belleza. Y son libres esos juicios porque no tienen conceptos anteriores y no nos obligan a dar una respuesta correcta, moral o eficiente.

De allí la importancia de protegerlo”. Y agrega: “Si yo sé que el arte tiene el efecto de despertar a la gente de sus malos hábitos y de enseñar que unas condiciones pueden llevar a muchas conclusiones y no solo a una; eso me obliga, como ciudadana, a utilizar el arte para despertar otras reacciones en la gente”.

Experiencias constructivas

Para aterrizar este concepto, que puede resultar un poco académico, en un principio, Sommer lo compara, de manera tangible, con las acciones y los resultados obtenidos en Bogotá, cuando Antanas Mockus, con su estilo particular de liderazgo, empezó a familiarizar a los ciudadanos con el concepto de cultura ciudadana. “Lo que hacemos los agentes culturales no es dar conferencias ni discursos, sino talleres. Localizamos una práctica que vale la pena, la estudiamos, pero, sobre todo, la multiplicamos. Nosotros queremos hacer del hallazgo un aporte y no solamente un pretexto académico”, agrega Sommer. En varias de sus conferencias y entrevistas internacionales, a la profesora le gusta utilizar como ejemplo la experiencia del ex alcalde capitalino, quien además ha sido profesor invitado en Harvard para explicar su proyecto.

¿Cuáles cree que fueron las claves que le permitieron a Mockus impactar con su modelo cultural? Son dos cosas clave. La primera es el arte, que le permitió romper esquemas, cambiar paradigmas sin suscitar resistencia. Lo que yo he aprendido, entre muchas otras cosas de Antanas Mockus, es que el cambio se tiene que hacer a través del placer, porque si se hace de otra manera, se genera, de manera simultánea, la resistencia. Lo que rompió el hielo aquí, al mirar la historia reciente de Bogotá, fue el momento en que Antanas mandó 20 mimos a dirigir el tráfico. Nadie esperaba eso. Porque lo que hace el arte es que saca de algún lugar, fuera de lo predecible, algo que rompe con los malos hábitos. Y entonces sorprende con placer. Y ese es uno de los aportes mágicos de la obra de Antanas. Sin arte no habría habido, quizás, ese cambio.

¿Y la segunda? Lo segundo es que el arte por sí mismo no basta. Hay que articular un cambio con otro cambio. Antanas lo que pudo hacer, con su capacidad de apreciar los distintos discursos (que no suele jerarquizar sino integrar), fue combinar esa situación de sorpresa con reformas educativas, fiscales, de prevención de violencia, que le permitieron iniciar el cambio a través de un discurso sustentable.

Agentes visionarios

Junto al caso de Mockus (de quien solo tuvo noticia en el 2004, cuando lo conoció por coincidencia en una conferencia que él fue a dictar en MIT – Instituto Tecnológico de Massachusetts–), Sommer relata la primera experiencia que llegó a sus manos en el 2001, cuando estaba estructurando el programa. Se trata del experimento del teatro-foro del dramaturgo brasileño Augusto Boal, una experiencia que hoy se exporta a varios países para adelantar procesos de resolución de conflictos.

Mientras lideraba un programa de alfabetización en Perú para una comunidad quechua-parlante, Boal desarrolló una manera de hacer teatro en la que no hay director. El ejercicio se inicia con una obra corta de un acto, que al finalizar invita a varios de los espectadores al escenario a un proceso de improvisación.

Entonces, una persona del público entra en el escenario, reemplaza a uno de los actores, inventa otro tipo de discurso, los otros actores tienen que improvisar en torno de esa nueva intervención, y muchas veces se logra descarrilar la tragedia. De esta manera, Sommer explica que se da un proceso de catarsis que les permite a los participantes exteriorizar sus conflictos y preocupaciones.

“Entonces, uno se da cuenta también de que los vecinos, a los que uno consideraba como un problema, resultan ser recursos para nuestro propio proceso, porque han inventado maneras de salir de la tragedia que a uno no se le habían ocurrido”. La experiencia de Boal fue replicada por dos doctores de la Escuela de Medicina de Harvard para la prevención del sida en Tanzania con resultados sorprendentes.

Era una comunidad donde los niños no se atrevían ni siquiera a ver a la cara a los adultos, recuerda Sommer. Por tanto, no eran capaces de contarles a sus padres y maestros que habían sido violados. “La técnica del teatro-foro les permitió contar todo lo que sentían en el escenario. Fue una catarsis de una verdad que no se quería ver de otra manera”.

En otra oportunidad, un médico del Hospital Infantil de Boston les entregó 20 cámaras fotográficas a igual número de niños enfermos de asma. “A las dos semanas encontró que esos niños gozaban de mejor salud”.

De vándalos a artistas
Uno de los casos más interesantes fue el de los jóvenes que pintaban grafitos en Boston. La municipalidad resolvió agruparlos para que se expresaran libremente, pero bajo la coordinación de una reconocida artista. “Estamos acostumbrados a pensar que a través del arte el joven se puede desahogar. Pero si en lugar de eso, usamos otro verbo como llegar a ser autor de su entorno, estamos encontrando otra manera de ver el desahogo”, comenta Sommer.

Con esa óptica, las autoridades lograron rescatar la protección y el cuidado de los bienes raíces y del barrio en general. “Algo que se explica claramente –dice la profesora–. Cuando tú te conviertes en autor de una obra artística, obviamente quieres cuidarla”. Así, los casos de Mockus, Boal o el de los grafiteros reflejan hasta dónde puede impactar el trabajo de un agente cultural en una sociedad.

Desde el programa de Agencias culturales de la Universidad de Harvard, se han promovido iniciativas como la Editorial Cartonera, un exitoso programa de alfabetización realizado en diferentes países de Latinoamérica donde los jóvenes y no tan jóvenes se divierten jugando con la literatura a medida que desarrollan su atención al detalle y su capacidad interpretativa. Doris también es profesora de lenguas romances y literatura de la misma institución y autora de varios libros, entre los cuales se destacan Ficciones fundacionales. Las novelas nacionales de América Latina (2004), Cómo leer en clave menor (2006) y Agencias culturales en América (2006).

Sommer cuenta cómo todas estas experiencias no solo la enriquecieron como profesora, sino que le permitieron darle un vuelco a su estilo de enseñanza. “Ya no miro si el estudiante se puede poner a prueba para comprobar que entendió la lección, sino que lo invito a cuestionar el texto leído. Este hecho le otorga un poder diferente al estudiante que seguramente lo convertirá en un ciudadano activo”, concluye.

Ver nota original en:

http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-3145638




No hay comentarios:

Publicar un comentario