sábado, 31 de mayo de 2014

La interminable búsqueda de la sustancia activa


La interminable búsqueda de la sustancia activa
Rolando López | 2014

Una de las piezas presentadas por Edgar Palacios (Paxonsky Lutzenjointer) el pasado miércoles 28 de mayo, en la exhibición final de lo que fue su estadía en el Centro de Artes Visuales, me llamó poderosamente la atención.

La pieza a la que me refiero se llama  “7 ciegos, 4 diegos y 1 kilate”; y consiste en  12 bolsas de diferentes tamaños, que sirvieron de empaque para transportar drogas que unos cuantos afortunados han probado.

Ponen en evidencia lo que ya todos sabemos. Que el trafico de estupefacientes es una realidad latente en nuestro contexto y que el hijo del vecino también se “pone chido” y que claro,  no quiere que lo toquen.

Uno de los aspectos que más llama mi atención es el evidente interés de Paxonsky por el hábito de coleccionar. Ese ir guardando poco a poco, aquello que al parecer, solo es un residuo más de lo que la celebración del día de anterior dejó sobre el viejo sillón que a la mamá de Edgar le gusta para tomar la siesta.  Pequeños trozos de zanahorias negras, totalmente secas o un sin fin de semillas que bien podrían servir para iniciar otro buen hábito, el de sembrar  mariguana en un amateur huerto casero.

¿Por qué en pleno siglo XXI, un tipo estaría interesado en coleccionar esas “porquerías”? ¿Por qué no solo satisfacer su necesidad de coleccionar todos los momentos de su vida por medio de una excelente sesión fotográfica generada por medio de  su dispositivo móvil de alta tecnología ?  Incluso ¿Por qué al señor Paxonsky, no le basta con grabar sus fiestas con su pequeña cámara de video?

Como un primer ensayo, me parece interesante mencionar que a pesar de vivir una agitada existencia en el mundo virtual, ésta no parece suficiente para llenar nuestras expectativas de lo que queremos experimentar, de lo que queremos ser. Tenemos una gran necesidad de tener contacto con el mundo físico; aunque este lo sea, con la más minúscula semilla que ayer se despreció porque era un estorbo para la conformación del “churro” que produjo que el tiempo se astillara. O, eso semitransparente que descubrió  que estaba debajo de la cama, cuando sacó deprisa el par de zapatos deportivos que le sirven para todo, menos para hacer deporte.

Reconocer,  aunque sea por un instante, que esa pequeña bolsa con los pocos residuos que no se lograron consumir la noche anterior, es un elemento que me ”conecta” con las otras esferas de la realidad de la cual me alejo o me adentro (según se prefiera) cada vez que se consume de la verde. Me interesa explorar cómo esas 12 bolsas nos hacen evidente la clara necesidad de tener contacto con la materialidad del mundo. Esa cosa que poco a poco se vuelve igual de transparente (sin sustancia activa), como la sucia bolsa que transportó aquel “kilate” de la rojilla de Oaxaca que tantas noches le sirvió a Edgar para volver o alejarse de su constante estado apático.