Narraciones con un amante dragón que viaja por el viento para verme
Conversaciones con ilustraciones de Francisco Toledo sobre las fábulas de Esopo.
Clara Vagley
Cuando de mujer, tanto me deseaba cierto joven toledano que le pidió a
Venus me convirtiese en gata; accediendo, la diosa me transformó en una hermosa
y elegante felina de lengua filiforme.
Mientras el toledano y yo lamíamos delicadamente hasta el último trozo
de carne en nuestros huesos, Venus quiso probar si habiendo cambiado mi forma había
logrado modificar también mis costumbres. Por lo que hizo que apareciese frente
a mí, una suculenta presa; momento preciso en el que olvidé mi figura placentaria,
y me lancé sobre ella para matarla con un único y tenaz mordisco, al momento,
la diosa se volvió a mí y me regresó a la forma humana.
El joven toledano, sin distinguir de runas, me coge, transformándome a
placer de gata a mujer y de mujer a gata, cada vez que lo solicito.
Un día, aburridos de mi cuerpo cardinal, en una cópula quisimos
convertimos en serpientes aladas; para jugar a matarnos por constricción y
movernos ondulantes por tierra y aire; cambiar de piel; para reparar heridas y
librarnos de parásitos externos. Dormidos sobre un camino, pasó una zorra al
lado nuestro; envidiosa de nuestro cuerpo alargado y resbaladizo, y pretendiendo
ser igual, se echó por tierra a mi lado, intentando parecer serpiente, trató de
alargarse cuanto podía, hasta que, al fin, por extremar su esfuerzo, la imprudente
zorra reventó. Esto sucede ―me dijo el toledano― a los que rivalizan con adversarios fuertes; sucumben por sí mismos
antes de poder merecerlos como enemigos.
En nuestro horizonte reptil, vimos otra zorra hambrienta, al ver
colgando una parra de hermosos racimos de uvas, quiso atraparlos con su boca;
mas no pudiendo alcanzarlos se alejó diciéndose a sí misma:
―¡Han de estar verdes!
Ciertos hombres que no pueden llevar adelante sus asuntos por culpa de
su incapacidad, imputan a las circunstancias, sin saber que, a menudo, lo que
el azar nos niega, el arte de hacer nos lo da gratuitamente ―dijo el toledano.
Mi amante enamorado era un hombre de edad mediana que fue amado por dos
mujeres. Una de ellas intentaba ocultar la edad de mi toledano; otra, una joven,
ni siquiera los sabía. Ambas mujeres, queriendo verle semejante a ellas,
empezaron a arrancarle alternativamente los cabellos. Mi amante, creyendo en
los cuidados de sus amantes, vióse de repente calvo, pues la joven le arrancó
hasta el último de los cabellos blancos, y la vieja, los oscuros.
Así, con mi amante dragón, serpiente calva, liada a su lomo como su
amada ofidia recorremos 1600 kilómetros de placer sumergidos en agua o aire.